Los quipus, la escritura secreta de los antiguos incas

Un descubrimiento realizado en un remoto pueblo de montaña en lo alto de los Andes peruanos sugiere que los antiguos incas utilizaban dispositivos de contabilidad hechos con cuerdas anudadas de colores para algo más que llevar la contabilidad.

Los dispositivos, llamados khipus, utilizaban combinaciones de nudos para representar números y se empleaban para inventariar almacenes de maíz, judías y otras provisiones. Los relatos españoles de la época colonial afirman que los khipus incas también codificaban historia, biografías y cartas, pero los investigadores aún no han descifrado ningún significado no numérico en las cuerdas y nudos.

Ahora, un par de khipus protegidos por los ancianos andinos desde la época colonial pueden ofrecer nuevas pistas para comprender cómo versiones más elaboradas de estos dispositivos podrían haber almacenado y transmitido información.

«Lo que hemos encontrado es una serie de complejas combinaciones de colores entre los cordones», dice Sabine Hyland, profesora de antropología de la Universidad de St. Andrews (Escocia) y Exploradora de National Geographic. «Los cordones tienen 14 colores diferentes que permiten 95 patrones de cordón únicos. Ese número está dentro del rango de símbolos de los sistemas de escritura logosilábica».

Hyland teoriza que combinaciones específicas de cuerdas y nudos de colores pueden haber representado sílabas o palabras. Su análisis de los khipus aparece en la revista Current Anthropology.

Mensajes secretos

Hyland hizo su descubrimiento en la aldea andina de San Juan de Collata cuando los ancianos de la aldea la invitaron a estudiar dos khipus que la comunidad había conservado cuidadosamente durante generaciones. Los líderes de la aldea dijeron que los khipus eran «epístolas narrativas sobre la guerra creadas por los jefes locales», informa Hyland.

Los khipus se guardaban en una caja de madera que hasta hace poco se mantenía en secreto para los forasteros. Además de los khipus, la caja contenía docenas de cartas de los siglos XVII y XVIII. La mayoría de los documentos son correspondencia oficial entre los líderes de los pueblos y el gobierno colonial español en relación con los derechos sobre la tierra.

Los cronistas españoles observaron que los corredores incas llevaban khipus a modo de cartas, y las pruebas sugieren que los incas componían cartas khipu para garantizar el secreto durante las rebeliones contra los españoles, según Hyland.

«Los khipus de Collata son los primeros khipus identificados de forma fiable como epístolas narrativas por los descendientes de sus creadores», escribe Hyland en su análisis. Señala que son más grandes y complejos que las típicas versiones contables y que, a diferencia de la mayoría de los khipus, que estaban hechos de algodón, los khipus de Collata estaban hechos de pelo y fibras de animales andinos, como la vicuña, la alpaca, el guanaco, la llama, el ciervo y el roedor vizcacha.

Las fibras animales aceptan y retienen mejor los tintes que el algodón, por lo que constituían un medio más adecuado para los khipus que utilizaban el color y los nudos para almacenar y transmitir información.

De hecho, varias variables -incluido el color, el tipo de fibra, incluso la dirección del tejido o la capa de los cordones- codifican la información, según dijeron los aldeanos a Hyland, de modo que para leer los khipus se requiere tanto el tacto como la vista.

Hyland cita a un cronista español que afirmaba que los khipus hechos de fibra animal «exhibían una diversidad de colores vivos y podían registrar narraciones históricas con la misma facilidad que los libros europeos.»

La gran pregunta

Se cree que los khipus de Collata datan de mediados del siglo XVIII, más de 200 años después de la llegada de los colonizadores españoles en 1532. Esto plantea la cuestión de si son una innovación relativamente reciente, impulsada por el contacto con la escritura alfabética, o si guardan una estrecha similitud con khipus narrativos anteriores.

«Estos hallazgos son históricamente muy interesantes, pero el tiempo es un gran problema», afirma el antropólogo de Harvard Gary Urton. «Si podemos o no tomar estos hallazgos y proyectarlos en el pasado, ésa sigue siendo la gran pregunta».

Hace unos años, Urton y el arqueólogo peruano Alejandro Chu descubrieron un tesoro de khipus en lo que pudo ser un taller de khipus o posiblemente un depósito de registros incas.

Descifrar los patrones ocultos en los artefactos puede convertirse con el tiempo en el trabajo de los ordenadores, afirma Urton. Él y sus colegas de Harvard mantienen un repositorio digital llamado Base de datos de khipus que clasifica imágenes, descripciones y comparaciones de más de 500 de los artefactos.

En su apogeo, los incas pudieron haber fabricado miles de khipus, quizá incluso cientos de miles. Pero los arqueólogos sospechan que el deterioro natural y los colonizadores europeos destruyeron la mayoría de los artefactos. Hoy se sabe que existen menos de 1.000.

Hyland tiene previsto regresar a Perú en julio para reanudar sus investigaciones. El verano pasado, en su último día de trabajo de campo, conoció a una anciana que le dijo que recordaba haber usado khipus de joven. Pero antes de que Hyland pudiera hacer más preguntas, la mujer se alejó para atender a su ganado.

El objetivo de Hyland no es sólo resolver un misterio histórico, dice, sino también sacar a la luz los «increíbles logros intelectuales de los pueblos indígenas americanos».

El sistema inca de escritura en khipus, o cuerdas anudadas©Fideicomisarios del Museo Británico
El sistema inca de escritura en khipus, o cuerdas anudadas
©Fideicomisarios del Museo Británico

 

LOS INCAS no dejaron lugar a dudas de que la suya era una civilización sofisticada y tecnológicamente avanzada. En su apogeo, en el siglo XV, fue el mayor imperio de América, con una extensión de casi 5.000 kilómetros desde el actual Ecuador hasta Chile. Fueron ellos quienes construyeron Machu Picchu, una finca real situada en las nubes, y una extensa red de carreteras pavimentadas con puentes colgantes hechos de hierba tejida. Pero la paradoja de los incas es que, a pesar de toda esta sofisticación, nunca aprendieron a escribir.

¿O no? Puede que los incas no legaran ningún registro escrito, pero sí que disponían de vistosas cuerdas anudadas. Cada uno de estos dispositivos se llamaba khipu. Sabemos que estas intrincadas cuerdas eran un sistema similar al ábaco para registrar números. Sin embargo, también se ha insinuado que podrían codificar historias, mitos y canciones perdidos hace mucho tiempo.

En un siglo de estudio, nadie ha conseguido hacer hablar a estos nudos. Pero avances recientes han empezado a desentrañar este enmarañado misterio de los Andes, revelando los primeros indicios de simbolismo fonético dentro de las hebras. Ahora dos antropólogos se acercan al equivalente inca de la piedra Rosetta. Esto podría descifrar por fin el código y transformar nuestra comprensión de una civilización cuya historia sólo se ha contado hasta ahora a través de los ojos de los europeos que intentaron destriparla.

Los conquistadores españoles, dirigidos por Francisco Pizarro, se encontraron por primera vez con los incas a principios de la década de 1530. Quedaron asombrados por las magníficas ciudades de piedra, el oro y los tesoros. Pero cuando los españoles empezaron a apoderarse del imperio inca e imponer sus propias costumbres, quedaron igualmente cautivados por la forma en que estaba organizada la sociedad.

El palacio real inca de Machu PicchuRalph Lee Hopkins/National Geographic Creative
El palacio real inca de Machu Picchu
Ralph Lee Hopkins/National Geographic Creative

Los incas gobernaban a los 10 millones de habitantes de su reino con lo que equivalía a un sistema federal. El poder se centraba en Cuzco, en el sur de lo que hoy es Perú, pero se extendía a través de varios niveles jerárquicos por una serie de provincias parcialmente autónomas. No había dinero ni economía de mercado. La producción y distribución de alimentos y otros productos básicos estaba controlada centralmente. La gente tenía su propia tierra para cultivar, pero a cada súbdito se le suministraban también productos de primera necesidad de los almacenes estatales a cambio de trabajo, administrado mediante un impresionante sistema de tributos.

«Descifra el código khipu y por fin podremos leer una historia inca indígena»

Los historiadores han sostenido en diversas ocasiones que el imperio inca era una utopía socialista o una monarquía autoritaria. Pero nadie discute su eficacia. «Era un sistema extraordinario», afirma Gary Urton, antropólogo de la Universidad de Harvard. «Administrativamente hablando, era muy sofisticado y parece que funcionó bien«.

La clave de ese éxito fue el flujo de datos fiables, en forma de censos, cuentas de tributos e inventarios de almacenes. Para ello, los incas contaban con los khipumayuq, o guardianes de los khipus, una casta especialmente adiestrada que sabía atar y leer las cuerdas.

Jonny Wan
Jonny Wan

La mayoría de los khipus conservados consisten en un cordón primario del grosor de un lápiz, del que cuelgan múltiples cordones «colgantes» y, a su vez, «subsidiarios». Los españoles describieron cómo se utilizaban para registrar todo tipo de información. El poeta Garcilaso de la Vega, hijo de una princesa inca y de un conquistador español, señaló en un relato de 1609 que tenían «un admirable método para contar todo en el reino del Inca, incluyendo todos los impuestos y tributos, tanto pagados como debidos, lo que hacían con nudos en cuerdas de diferentes colores».

Hay razones para pensar que los khipus podían registrar otras cosas, incluidas historias y mitos, el tipo de información narrativa que muchas culturas ponen por escrito. De la Vega fue uno de los muchos cronistas que lo insinuaron, escribiendo en un pasaje que los incas «registraban en nudos todo lo que se podía contar, incluso mencionando batallas y luchas, todas las embajadas que habían venido a visitar al Inca, y todos los discursos y argumentos que habían pronunciado». Es cierto que era propenso a la ambigüedad y a las contradicciones. Pero alrededor de un tercio de los khipus de las colecciones parecen tener una construcción más elaborada que los demás, como si contuvieran un tipo de información diferente. Sin embargo, durante décadas la cuestión fue discutible, porque nadie podía leer ninguno de ellos.

Los primeros indicios de revelaciones de los khipus llegaron en la década de 1920, cuando el antropólogo Leland Locke analizó un montón de ellos conservados en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Observó que los nudos están organizados en filas casi como las cuentas de un ábaco (véase diagrama). Demostró que cada fila de nudos a cierta altura denotaba unidades, decenas, centenas y así sucesivamente. Eso tenía sentido, pues encajaba con el sistema decimal que utilizaban los incas para dividir los grupos con fines de tributo.

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Nudo difícil de descifrar

El descubrimiento despertó una oleada de interés por los khipus. Sin embargo, en la década de 1990 aún no teníamos ni idea de lo que significaban los números. «Digamos que lees el número 76: ¿a qué se refiere?», pregunta Urton.

Para responder a eso, lo ideal sería tener una traducción de un khipu a una lengua conocida. Sería un equivalente de la piedra Rosetta, que contenía una traducción de los jeroglíficos egipcios al griego antiguo y desbloqueó ese lenguaje de imágenes. A falta de eso, Urton ha pasado los últimos 25 años rastreando y digitalizando cuidadosamente los detalles de cada khipu que ha podido encontrar en museos y colecciones privadas de todo el mundo. Hoy, su Proyecto de Base de Datos de Khipus contiene detalles de más de 900 de ellos.

En los khipus hay todo tipo de factores variables: el color de las cuerdas, la estructura de los nudos y la dirección en que se engancharon. Tras pasar incontables horas estudiándolos, Urton empezó a pensar que las diferencias binarias de estas características podrían estar codificando información. Por ejemplo, un nudo básico atado en una dirección podría significar «pagado», mientras que en la otra significaría «no pagado». En 2012, había desarrollado una hipótesis más específica, proponiendo que la dirección en la que se ataban los nudos, los colores de las cuerdas, o alguna combinación de ambos, correspondían al estatus social de las personas cuyos tributos registraban, e incluso a los nombres de los individuos. Sin embargo, sin una traducción al khipu, la idea parecía destinada a quedar sin probar.

Entonces, en 2016, Urton estaba hojeando su biblioteca personal cuando eligió un libro que contenía un documento de censo español de la década de 1670. Era lo que los colonos denominaban una revisita, una reevaluación de seis clanes que vivían alrededor del pueblo de Recuay, en la región del valle del Santa, al oeste de Perú. El documento se hizo en la misma región y al mismo tiempo que un conjunto de seis khipus de su base de datos, por lo que en teoría éste y los khipus estaban registrando las mismas cosas.

Al comprobarlo, Urton descubrió que había 132 pagadores de tributos en el texto y 132 cordones en el khipus. Los detalles también encajaban, pues los números de los cordones coincidían con los cargos que, según el documento español, se habían impuesto. Parecía ser la coincidencia que había estado buscando.

Aun así, Urton tuvo dificultades para desentrañar los detalles de las conexiones entre el khipus del valle de Santa y los documentos españoles. Acabó dejando que un estudiante universitario de Harvard llamado Manny Medrano echara un vistazo. Resultó tener el complemento perfecto de habilidades para el trabajo. Era hispanohablante nativo y, como estudiaba economía, era un genio con las hojas de cálculo. Medrano generó minuciosamente tablas con los datos del khipu y las revisó en busca de patrones coincidentes. Este año, él y Urton demostraron por primera vez que la forma en que los cordones colgantes se atan al cordón primario indica a qué clan pertenecía un individuo.

«Es un logro realmente importante», afirma Jeffrey Splitstoser de la Universidad George Washington de Washington DC, especializado en khipus del imperio Wari que precedió al Inca. «Nos ofrece una nueva forma de interpretar estas fuentes. Gary ha hecho las cosas mucho más manejables». Sin embargo, la cuestión de si los khipus también contienen historias seguía en el aire.

Urton no era el único que intentaba encontrar un significado más allá de los números y los nombres en los khipus. Sabine Hyland, etnógrafa de la Universidad de St Andrews, en el Reino Unido, ha pasado la última década buscando en los Andes centrales comunidades con tradiciones de khipus perdurables. Empieza buscando menciones de khipus en los archivos, antes de viajar a aldeas remotas con la esperanza de que hayan sobrevivido.

La estrategia tiende a fallar más que a acertar, pero en 2015 la persistencia de Hyland dio sus frutos. Tras ver un documental sobre su trabajo, una mujer de Lima (Perú) se puso en contacto con ella para hablarle de los khipus de la remota aldea de San Juan de Collata, donde creció. Tras meses de negociaciones con la comunidad, invitaron a Hyland a ver dos khipus. Los aldeanos creen que son epístolas narrativas creadas por los jefes locales durante una rebelión contra los españoles a finales del siglo XVIII. En aquella época, el pueblo también hablaba español, por lo que existen los correspondientes registros escritos.

Los khipus se guardaban bajo llave en una cámara subterránea de la iglesia del pueblo. Hyland y su marido fueron los primeros forasteros que los vieron, y no se sintió decepcionada. «Fue un momento increíble», dice. «Pero no tuve tiempo de asombrarme porque era mi gran oportunidad de estudiarlos, y no disponía de mucho tiempo». Disponía de 48 horas antes de que el encargado del khipus, el tesorero del pueblo, tuviera que viajar a una fiesta comunitaria cercana.

«Este sistema de escritura es tridimensional, depende tanto del tacto como de la vista»

Bajo estricta supervisión, Hyland se dedicó a fotografiar los cordones, revisar los manuscritos y tomar notas. Cada khipu tenía cientos de cordones colgantes, y eran más coloridos y complejos que cualquier cosa que ella hubiera visto nunca. Estaba claro que las distintas fibras animales utilizadas sólo podían identificarse con el tacto. Los aldeanos le dijeron que los khipus eran el «lenguaje de los animales» e insistieron en que las distintas fibras tenían un significado.

Su análisis reveló finalmente que los colgantes tenían 95 combinaciones distintas de color, tipo de fibra y dirección de la capa. Eso está dentro de la gama de símbolos que suelen encontrarse en los sistemas de escritura silábica, en los que un conjunto de signos (digamos, las letras C-A-T) se alinea con el sonido del habla (la palabra «gato»). Pensé: «Vaya, ¿podría tratarse de un sistema de escritura silábica?», dice Hyland. Desde entonces ha planteado la hipótesis de que los khipus contienen una combinación de símbolos fonéticos e ideográficos, donde un símbolo representa una palabra entera.

A principios de este año, Hyland consiguió incluso leer un poco de los khipus. Al descifrar cualquier cosa, uno de los pasos más importantes es averiguar qué información puede repetirse en distintos lugares, dice. Como se pensaba que los khipus de Collata eran cartas, probablemente codificaban remitentes y destinatarios. Por ahí empezó Hyland. Sabía por los aldeanos que el cordón primario de uno de los khipus contenía cintas que representaban la insignia de uno de los dos líderes del clan.

Se arriesgó y supuso que las cintas se referían a una persona conocida como Alluka, pronunciado «Ay-ew-ka». También supuso que el autor de la carta podría haber firmado con su nombre al final, lo que significaba que los tres últimos cordones colgantes bien podrían representar las sílabas «ay», «ew» y «ka».

Sabine Hyland sostiene uno de los increíbles khipus de CollataDr. William Hyland
Sabine Hyland sostiene uno de los increíbles khipus de Collata
Dr. William Hyland

Misterio enredado

Suponiendo que fuera cierto, buscó cordones en el segundo khipu que tuvieran el mismo color y estuvieran atados con el mismo nudo que los que había identificado provisionalmente en el primer khipu. Resultó que los dos primeros de los tres últimos cordones coincidían, lo que dio «A-ka». El último era desconocido. Era una fibra de color marrón dorado hecha con el pelo de una vicuña, un animal parecido a la alpaca. Hyland se dio cuenta de que el término para esta tonalidad en la lengua quechua local es «paru». Y probando esto junto con las otras sílabas dio, con un poco de margen de maniobra, «Yakapar». Resultó que ése era el nombre de otro de los linajes implicados en la revuelta que registraron estos khipus.

«Sabemos por los testimonios escritos que uno de los khipus fue elaborado por un miembro del clan Yakapar y enviado a Collata, y creemos que es éste», afirma. Hyland afirma que los khipus de Collata demuestran que las cuerdas contienen realmente narraciones.

Pero aunque tenga razón, es posible que estos khipus posteriores se vieran influidos por el contacto con la escritura española. «Mi sensación es que la fonetización, si está ahí, es una reinvención de los khipus», dice Urton. Igualmente, el khipus de Collata podría ser una variación regional. Posiblemente incluso un caso aislado.

Hyland es el primero en admitir que no comprendemos la relación entre estos khipus y los anteriores a la llegada de los españoles. Pero eso no los hace menos interesantes. «Aunque estos khipus posteriores estuvieran influidos por el alfabeto, sigo pensando que es alucinante que estas gentes desarrollaran este sistema táctil de escritura», afirma.

Pasará los próximos dos años haciendo más trabajo de campo en Perú, intentando descifrar los khipus de Collata y buscando ejemplos similares en otros lugares.

Urton también está centrando su atención en los khipus narrativos, aunque tiene una idea distinta de cómo codificaban la información. Sospecha que son semasiográficos, un sistema de símbolos que transmiten información sin estar ligados a una sola lengua. En otras palabras, serían similares a las señales de tráfico, en las que todos sabemos lo que significan los símbolos sin tener que pronunciar nada. Esto tiene sentido, dado que los incas dirigían un imperio multiétnico y multilingüe, dice Urton.

No hay pruebas sólidas de que ningún español de la época aprendiera a leer o a hacer un khipu. Eso sugiere que eran más complicados que la escritura convencional, o quizá sólo conceptualmente muy diferentes. «Se trata de un sistema de escritura intrínsecamente tridimensional, que depende tanto del tacto como de la vista», dice Hyland, y eso nos plantea un misterio singularmente enmarañado.

También nos da una idea importante. Si los incas utilizaban los khipus de este modo, podría decirnos algo sobre su visión del mundo. Con un sistema de escritura que depende del tacto, dice Hyland, «debes tener una forma distinta de estar en el mundo».

Inventos incas

Kike Calvo/National Geographic Creative
Kike Calvo/National Geographic Creative

Basta con echar un vistazo al yacimiento arqueológico de Tambomachay para darse cuenta de la creatividad de los incas. El yacimiento que se muestra (arriba) está cerca de Cuzco, la que fuera capital de los incas, y consiste en terrazas rocosas plagadas de acueductos y canales. Desconocemos su función, pero puede haber sido un puesto militar avanzado o un balneario para la élite política inca. En cualquier caso, demuestra cómo el pueblo podía organizarse y construir.

Al haber poco terreno llano en las zonas montañosas donde vivían los incas, también construyeron terrazas para cultivar. Se cree que también crearon estaciones agrícolas experimentales, como la que se ve arriba (abajo), donde probaban qué cultivos crecían mejor en terrazas a distintas altitudes.

Lynn Johnson/National Geographic Creative
Lynn Johnson/National Geographic Creative

Parece extraño que surgiera toda esta sofisticación pero no la escritura. Ésa es una razón para pensar que sus cuerdas anudadas podían registrar ideas e historias, no sólo números (ver historia principal).

Desde luego, hacían todo lo posible para transportar los khipus. Los mensajeros se colgaban las cuerdas al hombro y corrían con ellas por todo el imperio. Para navegar por el terreno, se construyó una vasta red de caminos y puentes de hierba tejida. El último puente que queda, conocido como Queshuachaca (abajo), se extiende sobre un río en lo alto de los Andes. La población local se une para renovar las cuerdas de hierba tejida cada año.

Jordi Busque/National Geographic Creative
Jordi Busque/National Geographic Creative